sábado, 10 de febrero de 2007

Historias Platenses




Montevideo

Las despedidas son abruptas, pero si se quiere seguir, no hay más remedio que ser bruscos. No hay tiempo para encariñarse, para dejar que el tiempo avance con calma en las ciudades. Mucho menos cuando queda un mes de verano y faltan demasiadas carreteras y senderos por recorrer. Busco consuelo en que he de regresar, pero la verdad es que todo cambia tan rápido aquí que nunca se regresa al mismo lugar. Por la ventana observo la ciudad que rebota dentro de mi memoria, que se extiende y se ensancha como un mapa que desdoblo poco a poco. La ciudad perdida y casualmente reencontrada. Lugares tan olvidados que ya ni recordaba haberlos olvidado, que de pronto reaparecen y me son familiares. ¿Dónde estuvieron escondidos todos estos años? ¿En qué rincón misterioso y latente se habrán agazapado todo este tiempo, esperando como un cazador, el instante preciso para saltar de entre los matorrales y subyugar a la presa? Esa presa, en este momento, soy yo, que al no reconocer mi memoria, tampoco me reconozco del todo a mí mismo.
A los pocos minutos de que el bus arranca, hemos atravesado Montevideo. Comenzamos a cruzar la pampa, esa pampa interminable, por la que corren riachuelos y en la que existen todas las tonalidades de pasto imaginables, y miro las vacas y los sauces. En el cielo, frente a mí, brilla la luz de la tarde justo antes de apagarse. Y es esa luz lo único que me queda ahora. Eso, y el río al que nos acercamos, el enorme Río de la Plata que es donde confluyen todos los ríos y riachuelos, y hacia el cual voy con intención de cruzar sus aguas fangosas a la altura de Colonia, sin mirar hacia atrás.



***

La ciudad ausente que se vuelve presente otra vez


A las 8:15 P.M., aproximadamente, Buenos Aires es apenas unos golpes de cincel en el horizonte. Es apenas la ilusión de que hay algo que separa el río del cielo. Cada ola atravesada es un segundo más que me acerco a las siluetas negras de la distancia que prueban irrefutablemente su existencia. La tarde oscurece y de las sombras empiezan a aparecer las luces argentinas, pues el reloj se ha retrasado una hora y a las ocho comienza la noche. Me acerco a ellas como si fueran estrellas, las cuales, en cuestión de minutos me estarán alumbrando nuevamente.
¿Así que nos encontramos nuevamente, Buenos Aires? Déjame te pregunto, ¿qué sería mi vida sin ti? No lo sé, no lo sé. Es inconcebible. Pero mejor no miro hacia atrás. Ahora que te tengo frente a mí, sé que esta noche serás mía. Y entre más me acerco, más compruebo que estás tan bella como siempre.

1 comentario:

Eleazar Martínez dijo...

y sí, las despedidas siempre tienen un aura que las complica y que te hace sentirlas mucho más.
o al menos eso me pasa a mí. por eso recuerdo las despedidas mucho más que las bienvenidas.

y eso de despedirte para llegar de nuevo a otro lugar es como la frase de querer sacar un clavo con otro clavo, aunque no siempre funciona.

saludos lejanos. seguimos en contacto.