sábado, 30 de diciembre de 2006

dibujo/desdibujo




Las calles comienzan a desdibujarse, o a dibujarse. No lo sé a ciencia cierta, si las cosas se vuelven aparentes conforme nos acercamos, o si esto ocurre cuando nos alejamos. Es cuestión de ver las cosas de cerca, en el momento, o verlas de lejos. Ambas tienen sus ventajas y desventajas. Lo que es muy cierto es que ambas nos permiten apreciaciones especiales y precisas, y para tener una visión que se acerque remotamente al concepto de lo que es la "totalidad", necesitamos ambas visiones.
La idea de salir a nuevas calles me emociona. Me da un poco de miedo, en el fondo de la tripa, el no saber hacia dónde me muevo. Me llena de pánico aterrizar en una ciudad violenta y congestionada, sin conocer a nadie. Uno se acostumbra a conocer a unas cuantas personas, a conocer una que otra calle, y así hace su vida, bajándose siempre en la misma parada de camión, caminando siempre por las mismas calles y tomando siempre los mismos atajos (o a veces nos gusta variar un poco, aunque no demasiado) y así uno conoce una ciudad, o una parte de una ciudad, que es la que se vuelve parte de nosotros porque es en la que hacemos nuestra vida. Y esa ciudad a veces se expande un poco o se extiende hacia otros brazos y otras arterias viales que nos llevan a otros mundos y nos damos cuenta (los taxistas se han de sar cuenta muy seguido, pero yo como sólo soy un estudiante que vive cerca de todo considero esto revelador) que la ciudad es enorme y sorprendente e inaprehensible. De hecho, me doy cuenta que lo que hay en una calle, en una sola avenida, es más de lo que jamás podré conocer en mi vida. La complejidad de todos los elementos que se intersectan en un instante, en un segundo de la ciudad, son de una perfección tan caótica, o mejor dicho, de un caos tan perfecto, que a pesar de su aparente inconexión son instantes necesarios, los latidos incomprensibles de un corazón colectivo que late dentro de un mundo subterráneo, sumergido en el fondo de todos los habitantes de la ciudad.
¿Y si me doy cuenta de que salir a la ciudad, es salir a dar un paseo por calles que jamás podré terminar de conocer, por calles que jamás podré entender, y en las que a cada instante ocurren suficientes cosas como para pasar una vida llena de nuevas experiencias y sorpresas, por qué me voy de la ciudad?
La respuesta tiene que ver un poco con el amor, o se le parece, porque uno no termina jamás de conocerse, pero ama y conoce a otras personas buscando conocerse, y a la vez, a través de la otra persona, uno se conoce un poco mejor a sí mismo. Es lo mismo con las ciudades. Quizá ver la ciudad de México desde un mirador o en la memoria no es lo mismo, no es tan real, como verla desde la calle, pero resulta bastante útil si queremos entender su trazo.
Ahora justamente, la ciudad, a pesar de que sigo en ella, se acerca y se aleja un poco. Mi memoria comienza a fijar las imágenes de los automóviles que me rebasan. Mis ojos buscan fijamente los volcanes y las nieves. Los atardeceres desde la azotea son cada vez más especiales, porque son finalmente los últimos. Saboreo esta acuarela de la ciudad, este dibujo que he trazado en los últimos cuatro años, y trato de respirarla y sentirla en silencio, pues sé que muy pronto, en cuestión de días, comenzará a desdibujarse, comenzará a romperse en pedazos dentro de mí.