sábado, 10 de enero de 2009

Paris efímero

El escándalo de idiomas entremezclados es algo que sólo en Paris se encuentra. Paredes roidas, decoloradas, muros grises, historia, pasión. Paris no es una exageración, es la mejor ciudad de Europa. La más viva de todas. Como en un restaurante afuera de la Gare de l'est con Natalia, no sé por qué escribo que "los sabores me acercan a la indigencia". Tal vez sea por los 7 euros que gasté, pero 7 euros en Paris no está mal. Quién sabe cuándo vuelva a tener la oportunidad de probar un arroz Basmati acompañado de tanto chutney...quién sabe si vuelva a probar gyosas así, con curry tan sabroso. Café Madras, por sí se preguntan.
¿Qué me gusta de Paris? Su despotismo, su velocidad, su belleza. Que pase por segunda vez en menos de un mes por aquí y piense: qué hermoso sol, qué hermoso río.

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Mala suerte de nuevo en el tren. Me han mandado hacia otro sitio, hacia aquél al que no quería ir. Es que ya no había lugar en el que va a Lisboa. Pido un boleto a Salamanca. De lo que se trata es de no pagar una noche de hotel, de acercarse lo más posible a la frontera Portuguesa. Me dan uno a un sitio llamado Hendaya, no sé dónde queda. Dicen que es la frontera con España, pero no sé ni a qué altura. Le pido un mapa al hombre del mostrador, pero no tiene nada que ofrecerme.
Karma: ¿Existe o es un simple paralelismo?
Veo al chico caminar con su boleto. Veo cómo se le cae al piso. Pienso rápido y lo tomo, le grito, Garson! y él voltea. Se lo devuelvo y me responde con un merci. Se queda parado a unos pasos. Luego veo que se le cae nuevamente, y él cruza el torniquete y desaparece. Pasan unos segundos, le pregunto a Natalia si no sería que lo tiró a propósito. Pero no. Tomo el boleto. Se trata de uno para suburbano. RER, 10 Euros. Qué mala suerte. Entro al metro y lo busco, pero él ya no está. Desapareció. Ni modo. Creo que hice lo que pude. Pero me sigo sintiendo raro.


Menos de una hora después estoy en la plataforma del tren que va rumbo a Hendaya. Amenaza con arrancar y me subo apresuradamente al primer vagón. Reviso el número del camerino y descubro que estoy al principio del tren, y mi cama está al final. Esto es un inconveniente. Camino entre los pasillos: familias de hindúes que comen chafati envuelta en periódico; surfers que toman cervezas; una manada de quince chinos que no hablan ni francés, ni inglés, ni español, y que hacen lo posible por entenderse con el recogeboletos. Tren europeo en verano.
Mi único propósito es el de sostener mi boleto en la mano. El único. Pienso en el hombre de hace rato, y me da miedo pagar mi karma ahora. Así que lo apriento con muchísima fuerza, hasta que me duele la mano. Así voy cruzando los estrechísimos pasillos atiborrados de gente y maletas y puertas de metal abiertas. Mi único propósito es no perder el boleto.
Pero quién sabe cómo, cuando llego al final del pasillo, el boleto ya no está en mi mano. Está el papel que lo arropaba, y en mi bolsillo encuentro toda clase de basuritas coleccionadas a lo largo del día. Pero el boleto no lo tengo. Justo en ese momento aparece el recogedor de boletos, y yo no tengo una puta excusa en el mundo. Intento convencerle de lo que me ha ocurrido, le muestro mi pase marcado con la fecha de hoy y que comprueba que mostré mi boleto antes de subir al tren, y el hombre me cree, sólo que el boleto no está. Y para colmo tampoco recuerdo el número de mi camarote. De pronto pienso que el boleto lo perdí por el simple hecho de que hice un esfuerzo tan grande por no perderlo. Me convenzo de que el boleto no se me cayó, sino que deslizó a una dimensión aparte, todo porque no le devolví el boleto de RER al chico del metro hace una hora. El recogeboletos comienza a impacientarse. Estoy a punto de contarle mi historia, pero me dice que mejor espere un momento. Un par de minutos después llega acompañado de otro inspector, tiene mi boleto. Alguno de los chinos lo entregó hace un rato, lo encontró tirado. Magia pura. Parecía físicamente imposible, pero ahí está. Me enseñan la cama donde he de dormir (son 6 camas en un cuartito miniatura...casi como dormir en una repisa en la pared) y me acuesto. Duermo y, durante la noche, atravieso Francia entera sin siquiera darme cuenta.