miércoles, 3 de enero de 2007

Caminar (derivé)


Caminar por nuevas calles, por nuevos senderos, sin prejuicios ni expectativas, es difícil en un lugar que se conoce. No digo que sea imposible. Sólo difícil. Porque en las calles que uno conoce, siempre se sabe qué está a la vuelta de la esquina. Aunque sea sólo físicamente. Porque en el caso de algunas cosas (como la muerte), nunca estamos tan seguros de nada. Caminar por calles conocidas es recorrer el pasado en el presente. Es el pasado que se ejerce ante nosotros a través de cada paso que vamos dando y que se marca sobre los trozos de banqueta que nuestros pies han ido moldeando con la misma paciencia que el roce del viento va creando las montañas.

Me gusta el miedo de las calles nuevas, de las calles deconocidas. En la ciudad de México, como en cualquier otra ciudad que la gente considere su hogar, las calles se tornan familiares después de un tiempo. Se vuelven un poco insulsas, por decirlo de manera, a pesar de que nunca podamos controlarlas. Viajar es salir de la casa, es caminar por calles nuevas. Es caminar con los ojos bien abiertos y los pies sin saber hacia dónde se mueven, porque no tienes un hogar hacia el cual regresar y de alguna manera se puede decir que las calles por las que caminas te adoptan. El miedo (y el amor)a lo desconocido, llevan a que observemos más que de costumbre, a que caminemos sin prejuicios, ni esperanzas (en el mejor de los casos), guiados por un olfato extraño, pero que las personas que viajan conocen bien, a través de los laberintos de los cuales no buscamos salida. Porque un laberinto deja de serlo cuando ya no le buscas una salida, y caminar azarosamente entre las calles es más facil cuando no las conoces; es más facil en una ciudad en la que no tienes una casa, o un trabajo, o un conocido.

Uno comienza a caminar y es cuando las cosas ocurren. Te encuentras un restaurante escondido, barato, y delicioso, en el que engulles una deliciosa sopa de verduras caliente mientras afuera las palomas vuelan entre los azulejos que se entremezclan con el cielo portugués. Te sientas en un trono inca, sin saber qué es, y preparas el ritual del cáctus y el monólogo. Llegas a la orilla de un lago congelado, y observas el reflejo de los árboles pelones sobre el delgado hielo. Tomas el sol a la orilla de aguas heladas, a las que te metes a nadar. Todo comienza con un paso, todo comienza con nada. Una nada que lleva a algo. El arquero que busca dar en el dentro no lo logra hasta que se venda los ojos y decide no hacerlo ya. Lanzas un mensaje en una botella al agua y llega al recipiente indicado después de navegar por aguas interminables que se dibujan ante ella cada segundo por primera e infinita vez. Te atreves a lanzarte a la calle, desconocida, y la pasas a toda madre, porque únicamente vas flotando a través del mundo, a la deriva, hacia un destino que no escoges pero que finalmente es más tuyo que cualquier otra cosa en el mundo.

1 comentario:

Cyn dijo...

... después de caminar por un largo rato, sentarte en una plazaa esperar que algo extraordinario suceda y darte cuenta de que siempre pasa.

Muy padre blog! me encantó!

Saludos!