martes, 3 de febrero de 2009

Autostop en época de zafra (dos cuentos inconclusos)


Se detiene una camioneta en la carretera. Es nueva, grande, los asientos recubiertos con unas camisetas de las Chivas de Guadalajara. Él tiene ojos verdes, lentes. Piel morena, rugosa como tierra y piedras.
Vamos hacia Ciudad Valles, hay humo, caña quemada. A la mitad del camino, se detiene a recoger a otro hombre. Es moreno y robusto. Se sube en el asiento trasero, donde yo también viajo. El conductor pregunta:


-¿Ya pasó el Villano?
-Sí.
-¿Iba solo?
-No, traía a la esposa y a los hijos.
-Inche Villano. Quedó de hablar.
-Lo raro es que nunca trae a nadie acá, los deja en el rancho. Pero ya veo. Ahora con el muerto.
- Viene con su gente. Ahí están todos.
- Que ya va a salir el carro.
- A mi me avisaron desde anoche.
- ¿Y ya saben cuál fue el difunto?
- Todavía no.
- Ya nos enteraremos.
- Sí.


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Una pickup, un camino de tierra. Me subo adelante. El sol pega de frente. Las flores de la caña se estiran hacia el cielo, una especie de plumaje árido. Quien maneja, Ramiro, me dice algo. Bien podría ser el comienzo de un cuento.
Lo reproduzco aquí.



-Yo me acuerdo que desde chico, los años que llueve mucho, la tierra tiembla, -dijo Ramiro, cubriendo su refresco de guayaba con un sombrero.


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