miércoles, 25 de junio de 2008

Aduana


El trámite resulta sencillo para todos: revisión de pasaporte, corroboración de un par de datos, luz verde. Salvo para mí, por supuesto. Un enano rubicundo vestido de gendarme que me recuerda al protagonista de El tambor de hojalata examina cada una de las hojas del pasaporte con luz UV, constantemente. Examina la página con la visa rusa con minucia y desesperación. Por la forma en que observa los escudos, no me queda completamente claro si lo que hace es incurrir en un ejercicio de imaginación: Campeche, Chiapas, Chihuahua. ?Dónde estarán? Soy el único en el bus que no tiene un pasaporte rojo o azul (respectivos colores de los documentos oficiales de Rusia y Letonia) y a mi caso se le brinda atención especial. Los demás pasajeros ya están en el autobús y siento sus miradas a través del cristal del puesto aduanal.

Después de otro minuto de pasar la visa por una máquina lectora y revisar datos de la computadora viene la pregunta temida. Tourist voucher! Gdié tourist voucher?

Mierda. Yo pensaba que la visa bastaría, pero no. Me interrogan con cierta angustia, pero no puedo más que decirles que la última vez que vi el tourist voucher fue cuando lo llevé a la embajada de Rusia en México para la visa. El enano mira a su compañera agente y le dice algunas palabras en ruso, las manecillas del reloj siguen su curso. De pronto recuerdo algo: en mi laptop tengo una copia escaneada. Se las puedo mostrar: sólo necesito prender la computadora. La agente no me dice nada, y el enanito sale por la puerta. La mujer captura unos datos, y pocos segundos después escucho el ansiado ch-chink del sello y me devuelven mi pasaporte de tapas verdes. Salgo hacia el autobús, y estoy finalmente en Rusia. Desde afuera, escucho a varios pasajeros cantar: Olé, olé, olé, olé....Ra-cí-a, cham-pio-ni. Le ganaron ayer 3-1 a los holandeses. Soy el último en abordar el bus y el chofer está desesperado.

Unos pasos más adelante está una gasolinera: precios en rublos, palabras en cirílico. Ya completamente incomprensible. Son las 11 de la noche y hay abundante luz en el cielo. Junto a la autopista, un hermoso bosque del norte. La fila para el baño es muy larga, así que camino hacia los árboles, buscando un espacio natural. Un dependiente me grita algo y yo sólo levanto los ojos. Él señala los árboles y me guiñe el ojo. Sobrevuelan infinidad de mosquitos: criaturas obsesas y torpes que atacan sin ningún miedo el rostro. Hago lo que tengo que hacer con cierta prisa pues los insectos arremeten por docena.

Regreso al autobús y espero a que el último cigarro se extinga y los pasajeros vuelvan a ocupar sus asientos. El autobús arranca: faltan 550 kilómetros para Moscú, así que tenemos toda la noche por delante. La carretera pasa debajo de mis pies en dirección al este, por primera y última vez.



1 comentario:

Anónimo dijo...

Ni que decir alentador es leer tus crònicas, al fin siempre en espera de nuevas experiencias, super!!!