Paris no se acaba nunca, pero 48,01 euros sí, y muy rápido
Llevo apenas un día en Paris y ya ando parafraseando a Hemingway. Pero es inevitable. Después de soplarme 3 horas de retraso en el aeropuerto y perseguir el horizonte durante 12 horas en el avión, ayer a las 10:30 a.m. llegué a Paris.
Paris. ¿Qué coño es Paris? ¿Qué coños es Francia? Francia para mí es un país con cara de niña. Todos los países para mí tienen cara de algún niño, y Francia lo tiene de una niña. Llegar a Charles de Gaulle. Las nubes de la campiña: algodón deshebrado. El campo: bosques destruidos para abrirle paso a la agricultura. Desde el cielo veo casas grandes, pistas de golf. Una elegancia encantadora y a su vez genérica.
Aeropuerto: En migración, el agente me señala los lóbulos. Él también tiene expansivos. Me dice "le mien est plus grande" y pienso que me está albureando. Mi sospecha no hace más que aumentar cuando me dice: oui, ma vide...est plus grande. Me pregunto: ¿habrá dicho vide o bite? Pero no estoy en México. Ya no estoy en México. Debo recordar que he dejado atrás el DF y que ahora estoy en otro lugar donde no hay albur y ningún poli me va a pedir mordida.
Mi mi maleta, por primera vez en mi vida, es la segunda que aparece en el carrusel. Un poco de buena suerte, pienso. Lo contrario: Llego a aduana y soy el primer mexicano que pasa por ahí. Empiezo a ver cómo desfilan los pasajeros que llegaron más tarde sin menor problema mientras un agente bastante insistente me hace toda clase de preguntas y revisa exhaustivamente mi equipaje. Que si vengo con amigos (le digo que no, pues sé que si respondo afirmativamente me va a pedir que le dé mi carta de invitación así que le invento que me voy a quedar en un hostel por Belleville), que si es mi primera vez en Europa, que si cómo hablo tan buen francés si nunca había venido, que si le dejo abrir la maleta, mostrarle mi pasaporte, mostrarle mi pase de tren. Que por qué si mi pase de abordar dice 10 de junio estoy arribando el 11 de junio en la mañana (esa pregunta era digna de una cachetada). Pero finalmente aplaqué las sospechas de nuestro querido agente y salí a la estación de tren.
Boleo: 8.50 euros, one-way. Los pago. Espero el tren. Viene con 20 minutos de retraso por la huelga. Tenía que estar en Paris a las 8:30 de la mañana y es casi el mediodía cuando por fin arranca el tren. Avanzamos: mosaicos que pasan a gran velocidad. Suburbios industriales, Aulnay-sus-bois, grafitti en paredes que evoca palabras en vías de extinción (bombas blancas que dicen HECK). Carrocerías oxidadas, calor de verano, estación abandonada. Pasto, piedras, plástico. Evidencias de una civilización.
Mala suerte: Llegamos a Chatelet, y tengo que cambiar de línea. Busco mi pase de tren para hacer el transbordo, pero todo indica que se me cayó de la bolsa cuando durante el trayecto de tren saqué el cuaderno para apuntar. Mierda. Aunque quisiera pagar, no puedo pues la máquina sólo acepta monedas.
Buena suerte: Dos minutos después, un adolescente coloca su tarjeta, las puertas se abren. Él las sostiene mientras otros dos de sus amigos pasan sin pagar. Me mira un momento y me pregunta: Tu vas passer ou quoi? (¿vas a pasar o qué?). Le doy las gracias y me responde con un Voilá. No llevo ni una hora y ya comentí mi primer infracción en tierras galas. El agente de migración se revuelca en su tumba.
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Llego a Reiully-Diderot. Anne, mi host, me hizo un pequeño mapa del hospital y entro a buscarla. Sigo las instrucciones hasta llegar a una puerta que dice "Amphitheatre" y tengo miedo de que sea la morgue. Ya es hora de comer así que sospecho que tal vez se ha ido. No la encuentro, así que salgo a buscar un teléfono. Tarjeta de teléfono: 7.50 euros (culture shock 1). Lata de perrier 0.55 euros. Empanada de queso, 3 euros (culture shock 2). El teléfono no sirve. Pregunto a varias personas si estoy marcando bien y no me saben decir. Regreso al amphitheatre y espero. La puerta donde supongo que estará Anne sigue cerrda y nadie contesta. Mientras tanto, veo a los pacientes: inmigrantes y franceses pobres la mayoría. Algunos con piernas rotas, mujeres embarazadas. El hospital es gratuito y está viejo y feo.
Aparecen dos chicas y les pregunto por Anne. Me llevan a su oficina. Estaba a diez metros, tras de otra puerta que me dio la impresión de no poderse abrir.
Dejo mis cosas (19 kilos) y voy al baño (hoyo en el suelo, culture shock 3). Regreso con Anne y nos ponemos de acuerdo para más tarde. Decido irme a caminar. Tomo el metro a Chatelet (abono de diez: 11.50 euros) y camino. Este es el Paris de las postales. Una ciudad ofensivamente suntuosa. Una elegancia que raya en lo asburdo. Demasiados edificios monumentales, demasiados turistas. La ostentación indecorosa y gratuita del exceso. Camino por las islas, me acerco a Notre Dame. Paso por un puente de madera donde unos adolescentes le escupen a los turistas que navegan por abajo: Nostalgia se la secundaria. Descubro accidentalmente el Louvre, y veo por primera vez la Torre Eiffel desde el Pont Neuf. Camino a la deriva: calles angostas, estrechas. Callejones, fachadas cubiertas de grafitti o de enredaderas, da igual. Saint Germain y sus galerías de arte, sus tiendas bohemias donde un saco idéntico a uno que me quería comprar en la lagunilla hace unas semanas tiene una etiqueta de 950 euros. En la esquina de Varenna y Dubue está la casa donde Georges Cadouval conspiró contra Napoleón. Ahora hay una juguetería de diseñador que vende patitos de hule punks en 8 euros.
Mi sibarita interior se ve más que tentado cuando descubro una tienda gourmet del tamaño de un superama: 4 yogurts de soya, 3 euros. 1 té verde con granada, 2.20 euros.
Ya han pasado tres horas y la ciudad me gusta más. No suficiente. Regreso con Anne y tomamos el metro a su casa, 13 arrondissement. Miércoles por la tarde: Pompidou es gratis de 6 a 9 si tienes menos de 26. Vamos para allá. Me divierto viendo cubismo, dadaísmo, surrealismo y poco más en dos horas. La vista sin embargo es formidable. A las ocho de la noche, las siluetas de las casonas son perfectas. Lo que el calor veraniego de la tarde diluía entre el esmog y el polvo aparece ahora acentuado como un altorrelieve emportado en un cielo/papel de arroz lleno de fuego y nubes. La torre eiffel, completa. Notre Dame: fachada finalmente restaurada. La ópera, la municipalidad, Saint Suplice, Louvre, Montparnasse....la ciudad no se acaba nunca.
Salimos de ahí y son las nueve de la noche. Vamos por un helado de chocolate (el mejor helado de la historia, chocolate puro, 6 euros por dos helados), me compro una baguette de camambert y queso de cabra (3,30 euros) y nos vamos a caminar por el quartier latin. Dan las diez y el sol sigue en el cielo, sopla una brisa fresca y agradable. Alquilamos una bici pública (1 euro, intervalos de media hora ilimitados durante un día) y nos vamos de regreso a casa. Paris en bicicleta es una maravilla, es lo mejor. Hay carril exclusivo, y los carros no se meten contigo en lo absoluto. Nos vamos bordeando el sena durante 30 minutos hasta llegar a Rue des Reims.
Y de pronto me llega. Así nada más. Sin previo aviso, como una revelación. ¿Qué? Que me encanta. Así. Sin más.
Rue du Bac
Antiguedades en St. Germain
Anne y Nicholas a bordo de sus respectivas bicis públicas Velib.
1 comentario:
QUE INTERESANTE ES LEER TUS CRONICAS DE VERDAD, NO HABIA LEIDO NADA PERO AHORA QUE ME ENTERE DE TU PAGINA LA LEO CON DETENIMIENTO Y QUISIERA TENER TU TALENTO, NOS TIENES ATRAPADOS. SIGUE ESCRIBIENDO
TUS AMIGOS
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