viernes, 20 de junio de 2008

Días 2 y 3 en Paris


Tumba de Julio Cortazar, Montparnasse




Autorretrato, Vincent Van Gogh, Museo de Orsay



Torre Eiffel vista desde el puente



Torre Eiffel, jueves de aguacero




Paris







Días 2 y 3.


La bibliotheque Francois Miterrand es el punto de partida. El punto de llegada es cualquier cosa. Tomo una bici y empiezo a pedalear. Bordeo el Sena por el Quai y me acerco al centro. Notre Dame, Marais, Hotel Deauville, los puentes: a éstas alturas, me resultan ya familiares. Sigo media hora por diversas avenidas: donde veo algo interesante, doy la vuelta; donde algo me llama la atención, me detengo. La ópera es hermosa. Lo que se dice hermosa. Tal vez el mejor edificio que he visto en esta ciudad. Pero es una elección imposible. ¿Cuáles es la mujer más guapa que has visto en tu vida? No hay respuesta. El espíritu chilango trasladado a Paris: pedaleo lo más rápido posible, me vale madres subirme a las banquetas. A los autos me les cierro, y los autobuses tienen la instrucción de no rebasar a las bicis (comparten carriles) así que me aprovecho. No importa. Llego a la Plaza de la Concordia: obelisco con punta de oro traído desde Luxor, la sangre ya se ha desmanchado y no hay guillotinas por aquí. Paris. ¿Qué es Paris? La misma pregunta del primer día. Paris no es nada. Paris es ésta avenida: a lo lejos, Torre Eifel. A los lejos, Arco del Triunfo, la defénse. En el centro, yo, con mi bici. Pedaleo por los Campos Elíseos. Je m'baladais sur l'avenue, le coeur ouvert à l'inconnu...Aux Champs-Élysées, aux Champs-Élysées. Au soleil, sous la pluie, à midi ou à minuitIl y a tout ce que vous voulez aux Champs-Élysées. En realida la letra de esa canción exagera. Esto no es nada.
Se acabó el carril, así que me desplazo junto a los autos. Cof, cof. Barrio burgués ostentoso. Contrario a Saint Germain y las islas, que son Burgués Bohemio (apodado BoBo), éste es burgués clásico. El reino del Mercedes, y las tiendas de marcas caras. Si apenas me alcanza para una crepa, ¿cómo carajos voy a comprar algo aquí? No lo hago. Llego al arco, lo miro, y me regreso por rutas alternas. Andamiajes, construcciones. Reminiscencias bonaerenses. Bajo hasta la torre Eiffel. El cielo amenaza con azotarme un chubasco en la cabeza. Pero ésta no me la podía perder. No tardo mucho en encontrar y no tengo mapa: simplemente busco la silueta hasta dar con ella. De cerca, es enorme. Más grande de lo que me imaginaba. Acabados Art nouveau, exquisito sentido de la composición. Una policía persigue indios que venden figuritas de la torre. Ellos corren para escapar los límites de la Tour, pero uno es atrapado y sus llaveros son decomisados. Algún Punjabí recibirá menos remesas de constumbre este mes. Malas noticias si tomamos en cuenta el precio de los alimentos. Séptimo arrondisement. El tipo de barrio donde se compraría un departamente Carlos Fuentes: aristócrata, pero intelectual. La torre Eiffel se iergue sobre las fachadas art noveau como un y aparece en todas partes como un monstruoso árbol metálico. Uno pensaría que Paris estaría lleno de turistas. Paris está lleno de turistas, le dicen a uno. Yo pedaleo bajo la lluvia y no veo a ninguno. Se han desaparecido de Paris. Se han desaparecido del mundo entero. En estas calles estamos Paris y yo. Yo y Paris. Desde una esquina con una placa que dice Place de Rapp veo que hay una fachada Art nouveau extraordinaria escondida en un rincón. Me resguardo desde la marquesina de una mezquita, junto a unos barrenderos, y miro. Unas cuadras más adelante, a la izquierda, hay otra: cabezas de bueyes, balcones extravagantes. Una impresión deliciosa.
Empieza a llover más fuerte. Es más, ya es aguacero. No hay nadie a la vista y mi impermeable sirve de poco. Pedaleo, pedaleo. Nada. Llego a un resgauardo y ya estoy empapado. Una niña me toma fotos desde la comodidad de un café techado. Me señala con el dedo. Dejo la bici en un punto del Velib y me pongo a caminar. Orangina y Ciabatta de mozarella: cinco euros con treinta.
Regreso a la torre eiffel: la policía lleva una colección de torrecitas miniaturas decomisadas en la mano. Regreso por el Sena. Otra vez turistas. Cada vez que veo a un gringo me deprimo. No me refiero a cualquier estadounidense, que quede claro. No me inspiran patetismo ni Tim Robbins, ni Paul Auster, ni Andy Warhol. Me refiero a los gringos que son bien gringos. De esos que salen de su país con camiseta de un equipo de Varsity, college Football, y equipos de hockey. Todos con gorritas, chancletas, shorts. La gringa: rubia, asoleada de más, short de mezclilla, gafas oscuras. Paradigma Barbie malogrado. Vienen a Paris buscando consumir imágenes y complacerse con el estereotipo. Ellos dicen: ir a Paris porque es romántica. No le veo lo romántico, la verdad. No le veo lo romántico a una ciudad tan sucia, tan grande, tan gris. Se detienen en un puente, mirando a lo lejos la torre, y escucho a uno decir: how romantic. Ellos y sus estereotipos. Dan hueva. Lo romántico, ¿qué es? Para el gringo, una mezcla de cursilería y excitación sexual. Qué horror. De cualquier modo, nada que ver con un puente lleno de señores gordos de clase media que toman fotos. Horrible pensar que esos turistas representan el fruto culminante de la cultura hegemónica después de diez mil años de civilización humana. En términos ontológicos, la idea hace que a uno le den ganas de cortarse las venas. Quiero devolver la bici que acabo de tomar pero de pronto noto algo: que la pequeña llave que se inserta en la terminal para registrar la devolución se ha torcido. Mierda, mierda, mierda. De todos los problemas posibles con la bici, salvo el robo, éste ha de ser el peor. Intento reparar pero es difícil. Hablo con Anne: en un año de utilizar la bici pública, no ha conocido a nadie con este problema, jamás. Tienes mala suerte, me dice. Me dice que la llame en diez minutos. Pedaleo hasta Notre Dame y le hablo. Ha localizado una tienda donde reparan bicis en internet. Anne se merece la santidad. Voy para allá. Soy el único con una bici pública. El mecánico me dice: Je ne travaille pas avec Velib, pero le enseño el problema, me ayuda a repararlo, y no me cobra. Merci beacoup. Devuelvo la bici no sin antes dar una vuelta por Sebastapol y acercarme mucho a Montmarte. Debe ser la parte de Paris más similar a Buenos Aires. Grandes avenidas que van en una sola dirección, árboles de hoja de maple, edificios color piel, y suciedad en las calles. En una callejuela veo que sacan la basura del supermercado. Media docena de mendigos esperan ansiosos, y se abalanzan furiosamente sobre el bote de basura plástico tan pronto el negro dependiente de la tienda lo deja al final del escalón. Los veo sacar yogurts, baguettes, y litros de leche.

Devuelvo la bici y tomo otra que sí sirve. Palace des invalides. 11 euros la entrada. No los pago. La tumba de napoleón es algo que no veré el día de hoy. No importa. Pienso que Paris es como una gran tumba de la civilización. No sé por qué lo pienso. Sólo lo pienso. La grandiosidad de hoy serán las cenizas del mañana. Paris, Napoleón. Todos. El Orsay es gratis de 6 a 9. Ya son 7:30 y es ahora o nunca. Pedaleo hasta ahí. Antes de entrar compro un queso y una baguette. Voy alternando las mordidas (monch monch) mientras hago fila para entrar. Por dentro es una hermosa estación de tren renovada con un reloj dorado que abarca la parte más alta. Me salto la mayor parte de las salas y jalo directo a la de los impresionistas. Cuadros célebres de Van Gogh, Manet, Monet, Pissarro, Cézanne. En otras salas hay Chagall, Renoir. Los de los libros de textos y los calendarios. No hay mucho tiempo. Encuentro defectos en muchos cuadros. Le veo imperfecciones a las obras de los genios. Quizá el defectuoso sea yo, pero tengo una ventaja: nací doscientos años después, me lo sabrán perdonar. De pronto, sin embargo, algo ocurre: me detengo frente al autorretrato de Van Gogh: ojos azules, fondo de agua de océano, barba flamígera. El contorno de la nariz es de una delicadeza torva, perturbadora. En pocos segundos comienzo a pensar: El arte es la pertubración, todo autorretrato en una observación perturbadora del ser. Contemplo absorbido por el retrato, y mi realidad es diluida. El sentido de ver un cuadro en lienzo y pintura y no una foto se revela: una perfección dolorosa. La carne misma, la entrega total del artista. No sé si imaginada o ficticia. No sé si inventada por mí o percibida ahistóricamente. Me recorre un escozor por la espina y me pongo a llorar. No sé cuántos segundos o minutos me quedo ahí mirando. Simplemente me hundo en los colores, en las llamas del rostro del artista. En la concepión del mundo que se plasma y que trasciende. El efecto es como el de un alucinógeno. Salgo de ahí perturbado, lloroso. La gente se me queda viendo raro. ¿Qué hace el fachoso este llorando? Porque además, Paris no es una ciudad fachosa, yo resalto.No puedo más que salir del museo, entre los turistas. Confundido. Paris: este centro de consumo. Este mausoleo. Esta tumba privilegiada de la civilización con sus turistas y sus barrios hermosos y sus siluetas en alto contraste. Una ciudad de vitrinas exquisitas y tiendas caras e inaccesibles. Una ciudad que inspira el enamoramiento de la grandiosidad: demasiados ángulos perfectos. Regreso a la casa de Anne y me duermo.

Amanezco al día siguiente y escribo, de la nada: "Considero vulgar la riqueza en casi todas sus modalidades, por lo tanto soy un asceta." En el metro, junto a mí, un negro llena una solicitud rosa de la ANCUR. Refugiado. Llego a Pigalle. Subo a Sacre Coeur: blanca, bizantina, relativamente nueva. Desde ahí, amenaza de lluvia. Paris, ciudad aglomeración. Extensa y melancólica. Carísima. Hermosa. Sí, hermosa. Acordarte de todos los edificios hermosos de Paris es como acordarte de todos los árboles del bosque. Paris no se acaba nunca.
Tomo el metro a Montparnasse. Me alejo de la torre de 200 metros hasta llegar al cementerio. Los voy buscando: por algunos segundos el viernes fui la persona más cercana en el mundo a los restos físicos de las siguientes personas: Charles Baudelaire, JP Sartre, Simón de Beauvoir, Emil Cioran, Julio Cortázar. Porfirio Díaz, Eugene Ionescu, Tristán Tzara, Susan Sontag (a quien llegué por accidente, pues no figura en el mapa) y César Vallejo. Cosa rara: Vallejo y Cortázar son difíciles. En el primer caso, iba caminando a unos cien metros y una señora me preguntó si lo buscaba. ¿Cómo lo sabría? Quién sabe. Me dirigió a una tumba poco vistosa donde había notitas repartidas con poemas. Me morire en Paris con aguacero, Un dia del cual tengo ya recuerdo. Me morire en Paris y no me corro- Talvez un Jueves, como es hoy...miro el cielo, nublado. Miro el calendario, viernes. Suspiro. Menos mal que ayer tuve cuidado en la bicicleta. La tumba de Cortázar está tapizada de vandalismo afectuoso. Me pregunto: ¿Por qué Cortázar inspira ese fervor adolescente? No sé. Eso sólo lo logra un buen escritor: ser alta cultura y ser ídolo adolescente. Yo también creo que es preferible escribir el libro más robado que el libro más vendido. Y ahí estaba Cortázar: lápida blanca, letras de molde. Escalofrío. Como lo de Van Gogh, pero no tanto. Más dilatado. Ahora, en algún lugar, miles de manos sostienen un tomo suyo entre los dedos, y él está bajo mis pies. Sus manos de manoplas y orejas de elefante se terminan de pudrir entre las piedras del subsuelo. Lo que el hombre y su cuerpo fueron se reduce únicamente a los huesos y al polvo que se derruyen abajo de mí. Y algo también es cierto: nadie en el mundo está más cerca ahora de Cortázar que yo.

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Belleza que pasa y es inatrapable. Que es imposible de hacer permanecer. Mis conocimientos de arquitectura resultan insuficientes, mis conocimientos de historia resultan insuficientes, mi conocimiento de idiomas resulta insuficientes, mi conocimiento del espíritu humano resulta insuficiente. Opto mejor por rendirme.
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Por la noche, Chateau d'eau. Barrio inmigrante. El metro de descompone y me veo obligado a salir de la estación en busca de la Eglise de Saint Bernard, después de media hora viendo desde el vagón a un punk vomitar junto a las banquitas en Saint-Denis Strasbourg. Veo las torres y encuentro la Rue des Affres. A media cuadra está la casa de Aleksandra. Calles sucias, inmigrantes, vestimenta de pandilleros. Barrio feo, pero sigue siendo Paris. Veo la torre gótica alzarse como una especie de aguja gigante. Barecillos marrocaines. En ellos, la gente lamenta la patética actuación francesa en la Eurocopa. Los apalearon 4-1 los holandeses. Me explican: a la izquierda está el África negra, a la derecha están los musulmanes. Atrás están los taimiles y los indos. Multiculturalidad, o al menos así le llaman a este pastiche de marginales que huyen por necesidad de sus países. Por la noche, escándalo. Afuera se oye que un hombre cuaaaaajjjjj jui: gargajo. Mañana será otro día. Por la mañana en la cabina telefónica, la torre de babel se recompone entre olor a sudor y encierro. El dependiente lleva un aromatizador y lo rocía en cada cabina dentor de las cuales se hablan todos los idiomas menos el francés. Metro: Orquídeas, una chica con una burka de color lila que combina con el marco de sus lentes Dolce and Gabbana, otra que envía un beso en dirección mía y desaparece antes de que me dé tiempo de recapacitar. Afuera: paisaje de cables, industrial. Vista posthumana pero estética. Transbordo: cambio a una estación y me siento a esperar a que llegue el siguiente tren. Paris: puta elegante, puta multicultural, puta discriminadora, puta racista, puta guapa, puta guapísima, puta sucia, puta inagotable, puta insaciable, puta carnívora, puta cara. Algo queda claro: es puta. De pronto, un tufillo a vómito me hiere directo en la naríz y baja rápidamente hacia mi garganta. Volteo hacia el nombre de la estación: Strasbourg-Saint Denis. Ah, el punk de ayer. Tenía que ser. Siento un poco de asco, pero es todo. Pienso: el Louvre es gratis hoy si tienes menos de 26. Habrá que aprovechar.

2 comentarios:

narfette dijo...

Que bueno que te díste cuenta que Paris es nada mas que una puta, a whore for all seasons.

Pero eso es lo romantico de Paris. Que te puedes perder en sus calles y sus puentes, esconderte en todo lo gris que la acompaña, como se fuiste Beaudelaire y ella Jeanne Duval. Cuidado con la sífilis.

narfette dijo...

Baudelaire.

It´s too early for this.