Estonia, Letonia, Lituania. Estonia, Letonia, Lituania. Estonia, Letonia, Lituania. ¿Cuál es cuál? Digo, yo sólo veo tres paisuchos arrinconados en el norte de Europa, en un pasillo miserable de tierra fría, mal alumbrado por el infame sol báltico y mal acompañado por un vecino loco. ¿Cómo voy a saber cómo se llaman, si los tres son más pequeños que el estado de Oaxaca, y tienen una población significativamente menor en conjunto que la delegación Iztapalapa?
Ahí les va una recomendación: de arriba para abajo, en orden alfabético. Estonia, Letonia, y Lituania. Llámenlos como quieran: países bálticos, escandinavia jodida, los arrimados de la Unión Europea (hasta que llegó esa gitana apestosa de Rumania). El caso es que hoy les voy a hablar del segundo país. Letonia. El más grande, el más poblado, el más pobre.
La crónica empieza en el avión: miro por la ventana. El báltico se extiende bajo nosotros. Sus aguas turbias me recuerdan a una taza de café oscuro. Una taza de café frío. ¿A qué se viene a Riga? Me formulo demasiado tarde la pregunta. Letonia. ¿Qué se sabe de Letonia en la cultura popular? Nada. Hace unas cuantas semanas, en un partido de futbol contra Italia, durante los himnos nacionales les tocaron el de Lituania. Una banda estadounidense cuyo nombre omitiré, tuvo que suspender su concierto en un festival de Riga porque al llegar al aeropuerto de Vilnius se enteraros que se habían equivocado de país. Estonia, Letonia, Lituania. ¿Eso qué? Mis interlocutores en México me formularon la pregunta a tiempo, pero yo de necio no les hice caso. Ahora no sé a qué vengo. Letonia es esto que veo por la ventana: unos bosques, una playa, y unas agujas lejanas de épocas soviéticas y renacentistas que se alzan, pinchando el cielo. La fila para subir al avión en el aeropuerto de Bremen está lleno de rubios con ojitos de canica y narices afiladas: eslavos. Letonia: país relativamente pobre comparado al resto de Europa. Clima lluvioso, historia de constantes ocupaciones, identidad confusa. Dos millones y medio de habitantes que se congelan en invierno y en verano no se la acaban con el calor. Aterrizamos y el avión se inunda del sonido de aplausos.
Andrés es mexicano. Estudia economía en el tec de Monterrey, tiene mi edad y lleva cinco semanas en Europa. Anoche durmió en el aeropuerto de Bremen. Uno se encuentra mexicanos en todas partes, hasta en un avión a Letonia. A la salida del aeropuerto, lo normal es que tomemos juntos el autobús. El se va a su hostel y yo en busca de Arta, mi host. La encuentro: lleva una falda verde y un ramo de espigas de trigo y flores moradas en la mano. Estamos frente al hotel Latvija y Arta me dirige unas cuadras más adelante, a la parte trasera de un edificio. Abre una puerta de madera destartaladas, subimos unas escaleras polvosas hasta al segundo piso, Arta abre una segunda puerta y me encuentro con un lindísimo e impecable apartamento con acabados de madera y todo lo que podría necesitar en términos de equipameinto. Arta me da las llaves y me dice que viviré solo aquí el tiempo que me quede en Riga. Formidable. Coloca las flores en un jarro con agua y se despide.
Riga. ¿Qué es Riga? Riga es letón y cirílico. Palabras que no entiendo. 40% de los habitantes son rusos, y la moneda es más cara que la libra esterlina (1 LAT = 25 MXN). Letonia es palabras que no entiendo, un país que suena similar a Lituania. Baznicas iela es la calle en la que vivo, a dos cuadras de la sucursal local de Armani. Baznicas es iglesia, pero a mí me suena a bacinicas.
Lección de historia: La primera independencia de Letonia es en 1918. Los bolcheviques les aguan la fiesta poco después de la segunda guerra mundial, tras la invasión a Finlandia. Stalin amaga con una invasión violenta bajo el pretexto de que los países bálticos están haciendo alianzas militares. Ultimatum: o permiten la ocupación, o serán atacados por amenazar la soberanía rusa. Los países bálticos no tienen oportunidad ante el poderío soviético y ceden al chantaje. Stalin celebra. Se viene un año de mierda: censura total, deportaciones masivas, la Checa (o KGB ) al tanto hasta de cuántas veces al día haces caca, exilio de intelectuales. Pero en 1942 tras la ruptura de Hitler y Stalin, los nazis ocupan Letonia. Los reciben con flores en las calles y banderas nazis colgando de los balcones de las casonas Art Nouveau del Vecriga (Viejo Riga), pues creen que podrán negociar la independencia con ellos. Cuál. Comienza el exterminio: de los 70,000 judios letones en el país, al final de la guerra quedan 400. A los nazis no les interesa que los letones tengan autodeterminación. Hacen un campo de concentración cerca de Jurmala, a 15 km de Riga, junto al mar. Muy activo, por cierto. Viene el año 44: Riga es bombardeada por los rusos al final de la guerra, y destruyen buena parte del centro (incluyendo la torre de la iglesia de San Pedro, la más alta de la ciudad). Las milicias de resistencia empiezan a aparecer y a enfrentarse contra los nazis. Son grupos de hombres que viven en el bosque y atacan de cuando en cuando a los alemanes. Después de que Hitler es derrotado, los soviets reocupan Letonia y el país regresa a las viejas andanzas: censuran el letón en las escuelas y gobierno (el ruso se convierte en idioma oficial, además de que hay una política oficial que busca la contaminación lingüística con neologismos rusos), no hay religión (la catedral de San Jorge es convertida en un planetario), el arte (sobre todo la poesía y las artes gráficas se vuelven panegiristas a más no poder) se somete a los intereses del estado y al aparato ideológico (a los niños en la escuela les cuentan la historia de Pavlik Morkozov, el heroico niño que delató a sus padres a la KGB), exilian a los intelectuales que quedan (en el país únicamente restan campesinos pobres sin tierra ni educación), hacinan a las personas en la ciudad (la política oficial es que 9 metros cuadrados por persona es el espacio adecuado para la vivienda) y las resistencias partisanas (a las que se habían unido algunos desertores letones del ejército nazi) son exterminadas de forma total. Entre exilios y matanzas, la población en el año 49 es sólo 2/3 parts de lo que era en el 39.
Y eso nos trae a otro tema importante. Que al igual que el idioma (junto con el lituano, una de las dos lenguas que se siguen hablando de la familia báltica de las lenguas indoeuropeas), los letones tienden a la extinción. La población (2.6 millones; 700,000 en Riga) está en picada. La tasa de natalidad es de 23 nacimientos por cada 35 muertes. La tasa de fertilidad es de 1.3 hijos por mujer. Una lástima. Una verdadera lástima. Porque las mujeres letonas son unas de las mujeres más espectaculares de la tierra. Decir que son guapas es moderarse demasiado con las palabras. Son despampanantes, como dice mi abuelita. Camino por la calle y lo que más veo son mujeres guapas. Más que fachadas extraordinarias, o edificios, lo que más resalta de una promenade en Riga son las mujeres. Caminar por Riga, me dice Andrés, es enamorarse cada treinta segundos. Yo soy más guarro: Caminar por Riga es desear a alguien cada diez segundos. Vamos sacando las cuentas. ¿Cuántas mujeres guapas de entre 16 y 30 años podremos encontrarnos en cinco minutos? Hay que contar. Pero sólo las que sean bonitas de verdad. El marcador es 28 a 11, ganan las guapas. Y parece que la población aquí es 54% mujeres, así que el mercado está a favor del varón. Dice mi amiga Sanita que esta baja competencia lleva a los hombres letones a ser poco interesantes e idiotas (su novio es suizo). Podrían ser fácilmente declaraciones de ardido, pero yo sí le creo. Letonia parece estar llena de gente nefasta. La cantidad de Mercedes Benzs es inacabable. Afuera de las casas más modestas uno encuentra un BMW. Los bares sofisticados inundan las calles del centro y Sanita insiste que si algo le avergüenza al letón, es ser pobre. No faltan los sitios ostentosos a los cuales ir los fines de semana (pago el trago más caro de mi vida en uno: 4 Lats por vodka con jugo de manzana que le disparo a mi host), ni las boutiques italianas en las cuales despilfarrar el dinero. A pesar de tener uno de los ingresos per cápita más bajos de Europa (es decir, un poco superior al de México), los letones aprovechan su riqueza recién adquirida y la reciente prosperidad para ostentar: no es raro que en Riga las fiestas privadas lancen fuegos artificiales al cielo, ni ver Hummers en la calle. Una mezcla de capitalismo global y temperamento periférico. 15% de inflación anual durante tres años seguidos ha bombardeado la economía de los letones, pero la gente sigue siendo lo suficientemente vanidosa como para mantener a flote los shopping malls, las boutiques, y los restuarantes caros. Como en todos lados.
Políticamente, son derechistas: votan por un gobierno que les quita el 40% del salario en impuestos pero que es incapaz de hacer una identificación nacional porque lo considera muy caro. Durante la marcha Gay Pride del año 2006, los partícipes fueron bañados con heces humanas y huevos.
Sin embargo, el país avanza: la gente está más contenta con el nuevo sistema que con el comunismo, y las cosas mejoran poco a poco. El cementerio político envejece y se vienen nuevos tiempos más apacibles comparados con los de otrora. El calentamiento global le ha concedido un clima ligeramente más bondadoso (me comentaron que este año sólo estuvieron a -30°C durante una semana), y más gente del mundo empieza a visitar este rinconcito en sus viajes. Por sólo 30 euros, vuelo redondo, los letones pueden conocer Alemania, Suecia, España, entre otros destinos europeos, por los que sus exigencias políticas y sociales se vuelven más primermundistas (¡lo que es tener hacia dónde mirar!), y la cosa pinta más o menos bien económicamente.
De todas formas, es el único lugar de viaje donde he podido comer sentado en más de una ocasión (no es muy caro; los precios son relativamente similares a los de la ciudad de México), y el verano es de una dulzura extraordinaria. La noche llega tarde, muy tarde (como a las 11:30, y amanece otra vez a las tres) y el río Daugava, con su enorme caudal de 500 metros, divide Riga en dos. Y no hay nada más apacible que sentarse a ver esas aguas turbulentas de chocolate nadar lentamente hacia el mar, con las agujas de Riga en el fondo. Y es probablemente uno de los pocos lugares donde se puede seguir sintiendo la extranjereidad en este continente: percibo las miradas que insisten en escudriñarme con esos ojos azules tan letones. 99% de los ojos que veo en la calle son azules. No hay casi inmigrantes de sitios más tropicales (sólo los rusos, ucranianos y polacos) y las únicas cabezas negras son pintadas. Miro, miro. Hay sol hoy en Riga durante algunos segundos. Luego llueve. Luego queda nublado. Por la noche vuelve a salir el sol. Clima patagónico en Europa. Mercedes policromados en la calle, la ciudad atravesada por ríos que chorrean entre los parques y entre los pastos. Me han prestado nuevamente una bici: pedaleo por la calle, y los relieves de la ciudad (de sus tumbas, de sus catedrales, de sus árboles que presumen su fulgurante verdor temporal, de las casas de Albert Iela, consideradas por la UNESCO como los mejores ejemplos de Art Nouveau alemán en el mundo, de sus tabiques soviéticos que se imponen en el horizonte como recuerdos de algo insuperable) y uno piensa, bueno, quizá esto, Letonia, no sea mucho. Pero de que es algo que vale la pena (es interesante, torvo, cambiante, contradictorio, como el claroscuro de las nubes bálticas que simplemente van pasando y mojando y amenazando y agrisando), pues bueno, de eso ya no me cabe la menor duda.
Fachada art nouveau, Albert Iela
Puentes de Riga, vistos desde la Torre de San Pedro
La catedral ortodoxa vista desde el Hotel Latvija
El autor