lunes, 22 de enero de 2007

Floripa City Rocks, Parte II

Van un poco atrasados los posts, pues en la Sierra Gaúcha hubo mal tiempo y se cayeron las telecomunicaciones, ergo, no tuve acceso a internet. Esperen posteos frecuentes durante esta semana. Además, las fotos de este post fueron tomadas por mí (lo cual no era el caso de los posts anteriores).





Praia Mole

Acercarse a la Praia Mole es como acercarse a una garganta de furia. El océano abierto se estrella constantemente contra sus arenas con una ira arremolinada sólo comparable con su belleza. Bajo el cielo profundo las aguas, cuyo color se debate entre un azul grisáceo o turquesa, dan la impresión de jamás haber sido tocadas. Me acerco con cierta cautela, respirándolas, sintiéndolas. Me da la impresión, ya de cerca, que la ira se ha atemperado. Así que entro, sin más que el traje de baño, y me sumerjo en las aguas de tormenta. El pedazo de mar en el que escogí nadar es el más seguro, pues las olas llegan disminuidas. Incluso hay cinco o seis personas más, sumergiéndose. De todas formas, las batientes se imponen con sus enormes crestas blancas que, al igual que un puño que va cerrando sus dedos, avanzan hasta golpear el agua y la arena. Se llenan de colores entrañables, reminiscente de la infancia o algún estado de pureza perdida. Al final de la playa, hay una península de la isla cubierta de árboles, además del cielo en el que irrumpe un arcoiris. Sentir la fuerza de las olas y las corrientes que me someten es sentir una fuerza inexorable a la que me rindo como en un acto de fe. El mar cálido surte un efecto sobre mí que, más que balsámico, resulta terapéutico, pues me obliga a sumergirme, a aguantar la respiración, a enfrentar la muerte que no se consuma antes de dejarme salir a tomar una bocanada del aire veloz que sopla sobre el agua como una constante exhalación del cielo.
Es en esos espacios intermedios entre las olas que vienen, y de las que me amortiguo bajo el agua, que me doy cuenta que en sólo diez días el océano ha entrado en mí y me ha empapado de algo que me hace pensar más en él y quererlo más. Me ha invadido con una sutileza irremediable que sólo puede compararse con el enamoramiento. Nada ocurre como lo planeé, pero todo se acomoda perfectamente. Me da un poco de tristeza que no haya a quien contarle esto; que no haya a quien compartírselo a medida que lo observo, pero eso es justamente lo que lo hace más intenso, más personal. Mi cabeza se asoma nuevamente para obtener otro bocado de aire y siento, no sé si por el salitre o el sol, cómo unas cuantas lágrimas escurren de mis ojos. La corriente se las lleva de inmediato, mezclándolas en el océano infinito. Pienso que una parte de mí se quedará ahí, para siempre.



Insuficiencias
El agua en Praia da Joaquima se mueve en olas simétricas y errantes. Su vaivén tiene una gracia oculta, errática. No hay dos olas iguales, pienso. Me lanzo al agua, nadando por debajo de la corriente que forman. Toco el fondo, me impulso, y salgo disparado. Observada desde abajo, el agua salpica como el chorro de una fuente que se ha vuelto loca. Pienso que nunca habían salpicado de ésa manera precisa; la luz se refracta en direcciones que nunca se había refractado. Es como lanzar todos los números que existen en una tómbola y esperar sacar al azar la misma combinación de mil números distintos más de una vez. Puede que ocurra, siendo que el tiempo es infinito. Pero eso resulta irrelevante para nosotros, que somos finitos. Las olas como las observo ahora, nunca habían sido. La sombra, tal y como la proyecto, tampoco. Ni el canto de un ave, ni mis carcajadas ante la extraña revelación, ni el viento, ni el rumor del mar. Soy el primero, y el último, al igual que todos. La diferencia está en darse cuenta de ello. Salgo del agua y las nubes sobrevuelan y cubren las montañas, escondiendo el sol que se absorbe en la noche. Son nubes de formas minuciosas pero toscas. Son un poco como algo detenido en el tiempo. Camino hacia las dunas por un sendero de arena fina como talco que sale de la playa y llega hasta ellas. Con cada paso que doy, modifico el desierto. Cada paso cambia físicamente la duna, sin cambiar realmente el todo. Se me ocurre que cada grano de arena es único, al igual que su ordenamiento en el instante. Me parece una insuficiencia que sólo haya un término -grano- para referirse a las infinitas piedras que forman este paisaje y también pienso que si dios existe, debe tener una palabra para cada una.
Escribo un poema en la arena. Comienza: mis pasos suenan... . Pasa una ráfaga de aire, y las palabras son borradas con indiferencia y natural paciencia. La arena se reacomoda, reestableciendo la original y perfecta nada. Pienso que la escritura es endeble. Que las palabras, los pasos, y la tinta, las borran inevitablemente el tiempo, el viento, y el agua. Lo único que perdura es el instante. Ahora. Ahora. Ahora. Ahora.

3 comentarios:

Rubí Gurce dijo...

Hola
No se como di contigo, pero me encanto leerte, realmente te puedo ver caminando sobre las dunas de arena, volteando a ver como tu camino es borrado por el viento...tal vez si es una gran pena no poder contar al instante lo que imaginas al vivirlo, pero supongo que es mucho mas gratificante pensarlo una y otra vez y poder plasmarlo...gracias :)

Carax dijo...

Me quito el sombrero ante tus líneas y pienso que debe ser estupendo viajar con alguien como tú. Un saludo y deseos de que tu viaje siga sorprendiéndote tanto como tus líneas a mí.

N en reconstrucción dijo...

Lo he decido: este blog es de mis favoritos. Tu viaje me emociona mucho. Y ahora, algo ad hoc, pa que practique su portugués =P

Mas há distância, e a distância inventa cidades, como muito bem sabemos.
Mas ninguém poderá conhecer uma cidade se nâo a souber interrogar, interrogandose a si mesmo.

(José Cardoso Pires)