miércoles, 3 de diciembre de 2008

Warsawa - Berlin




De puto milagro estoy en Berlin. He dicho, de puto milagro. Estuve a 30 segundos de perder el tren. Toda una cadena de sucesos nimios que empezaron con una persona que se coló frente a mí en la fila de una miscelánea en Varsovia, media hora antes de la hora de salida. Así es. Se paró frente a mí. No le reclamé. Recuerden que no sé polaco....además, el tipo sólo llevaba un par de artículos, no me pareció tan grave. La señora se tardó un minuto en darle el cambio al señor, quien pagó con un billete. Pero fue el minuto crucial. Consecuencias: gracias a ese minuto, me salió la luz roja peatonal en la esquina cuando salí a la calle. Gracias a esa luz roja, cuando llegué al metro, éste se acababa de arrancar. Lo vi cerrar sus puertas. El siguiente llegó varios minutos después, y yo que me cagaba.



Lo bueno es que sólo faltaban dos estaciones. Lo malo fue al salir del metro. No había forma de distinguir las distintas caras del estalinista Palacio de Ciencias...eran todas idénticas. Hormigon, estacionamientos, todo igual. Consecuente desorientación. Revisé mi reloj. Faltaban siete minutos para la partida del tren a Berlin, y yo no tenía mi maleta aún. Me acerqué a un señor y pregunté un conciso y monosilábico “Train?” Se me quedó viendo sin entender nada. Iba con un niño. Respondía algo incomprensible. El niño tampoco sabía inglés. Train, train, comboio, trén, trem. Intenté de varias formas, todas inútiles. Hasta “chu chú” hice. Nada. ¿Qué resta? Correr. Es lo bueno, que antes del viaje corría ocho kilómetros tres veces por semana, a veces hasta hacía sprints. Nuevamente ubico el letrero del Hard Rock Café y así logro ubicar la estación de tren, que de lado es como un ladrillo con entradas. Corro hacia la parte subterránea. Tres minutos. Llego a los lockers. Reviso: mi llave no tiene el número. Santa mierda. De pronto, recuerdo el número. Pero ninguno de estos casilleros es. Hay más en el otro extremo. Minuto y medio. ¡Corre! ¡corro! como la mierda. Encuentro el locker, abro, saco mi mochila, extraigo el boleto, miro el número de plataforma y bajo como loco las escaleras hacia mi tren.

Lo abordo, las puertas se cierran treinta segundos más tarde. Y pues ya. ¿Apoco querían que pasara algo más?




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Ruinosos suburbios. Adolescentes que esperan junto a paredes llenas de grafitti: Lena , Karol, entrelazados por un corazón que palpita junto a lo que parece ser una hoja de marijuana. Es verano, no hay escuela. Es verano, y a la sombra de un puente se toman de los manos.

Por la ventana del tren, s e a l e j a n .

Pasan las horas y leo. Pasan los campos, los pastos reemplazados por trigales. Campos devastados. Escasos árboles adornan el paisaje. Pasan las horas y se enrojece. Es el atardecer más temprano del último mes. Paso yo también. Paso pasando.




Aquí acaba un país. Aquí empieza otro.

1 comentario:

Virginia dijo...

Berlín es gigante, un coloso impresionante!me sentí como una hormiguita por sus calles

Apenas estuve dos días, espero volver.

Lo de los grafitis es muy llamativo, dan la sensación de querer reciclar el aspecto triste y gris de los edificios.

La ciudad y sus gentes tienen un punto cosmopolita contenido, a ver si me explico, es como que quiere sacar hacia a fuera lo que tiene dentro, pero siguiendo unas normas, como quien va al psiquiatra a psicoanalizarse y va sacando viejos fantasmas del pasado y los canaliza y transforma, con el arte, la música...quiere ser osado, pero con un orden...

Eso me pareció