lunes, 29 de marzo de 2010

Manos vacías

Debemos celebrar
traer un novillo cebado
y matarlo.
O al menos esas son las
palabras
del padre agradecido.
¡Celebrad!
Pues aquél que estaba perdido
se ha encontrado.

Y esa vieja parábola
del hijo libertino
que se deja llevar
por cantos de sirenas
me hace pensar
que no tiene nada de malo
regresar de viaje
con las manos vacías.

Pues Dios perdona
a los cobardes arrepentidos.
Y además
si un hijo fracasa
siempre habrá padres
que encuentren en eso
motivos para celebrar.

domingo, 28 de marzo de 2010

Región X, Los Lagos




¿Qué tanto es posible ver a través de un cristal empañado? Afuera la lluvia no cesa de estrellarse contra el asfalto, contra el pasto y el agua de los lagos. Afuera la lluvia diluye la claridad, la convierte en una semioscuridad confusa. ¿Dónde estoy? La pregunta no podría ser más honesta que ahora que me enfrento a un mundo irreconocible. Con el calor de mi mano he dibujado un círculo en una ventana para borrar la ceguera e intentar ver más allá de la cortina de lluvia, pero el paisaje siempre pasa como borrones.



Apenas ayer había sol. Apenas ayer el cielo azul y claro permitía mirar las montañas, la nieve acumulada por milenios en los volcanes. Pero hoy es como si me hubiera mudado de planeta. ¿Qué me rodea? No sé. El autobús de Puerto Varas a Puerto Montt avanza. En Puerto Montt habremos de despedirnos. Aun no asimilo lo que ocurre: estás en el asiento junto al mío, jugamos con nuestras manos ateridas, las articulaciones dolidas y la piel mojada. Y mañana ya no.



Apenas anoche: bajo las sábanas de una cama encontrada de último minuto, con un vino comprado en el último minuto (entré de contrabando al supermercado, por la puerta de salida, pero es que ese vino lo tenía que comprar), masticamos aceitunas y queso de cabra. Apenas anoche, sabor a vides en el paladar, el olor de una recámara en el sur de Chile, un refugio en el que podremos evitar la lluvia, el frío, la soledad que empieza a gestarse desde el segundo en que nacemos. Apenas anoche: me quitaste la ropa y te quité la tuya. Con ternura, me sujetaste, acercando tu piel a la mía. Como lo hemos hecho todo este tiempo, hasta hoy, cuando todo cambiará. Apenas anoche me sentí ligeramente acostumbrado a tu cuerpo, a pesar de todo lo que vendría. A pesar de que tu cuerpo estaría a punto de convertirse en una sensación del pasado.


¿Qué tanto ocurre allá afuera? La lluvia inmoviliza el paisaje. Las montañas se aburren, las tormentas están en guerra con la visibilidad, ganan las primeras. Del bosque que alguna vez creció, queda apenas madera aniquilada. Un recuerdo que llora el momento en que lo convirtieron en casas y barcos. Unos lagos, un poco de tierra triste y gris, un poco de quietud chilena bajo la triste lluvia de Chile.



Apenas anoche: cubiertos por las sábanas, por un techo y paredes que alejan el frío y el vaho nocturnos, me ofreces tu piel sudada. Con calma, lo recorro con mi lengua. Exploro tu piel con la mía, asimilo sus perfumes vivos. Tu entrepierna es acre por apenas unos segundos, cosa que disfruto. De un momento a otro, sin embargo, se enjuga y el sabor se neutraliza. Me pierdo en la suavidad de tu cuerpo, en las pieles que luchan entre ellas. Entonces entro. Nos restregamos. Nuestras costillas son como puñales que amenazan con atravesarnos, con acuchillarnos. Mordemos nuestros labios en busca de respuestas, de un entendimiento. Entre suspiros, lentamente, acabo. Tú suspiras, recibes mi semilla en un vientre estéril por obra de los químicos. Un vientre sólo para nuestro placer.


¿Qué me esperará cuando lleguemos a Puerto Montt? Un último beso y un adiós incierto. Decirte adiós en una terminal de autobuses, allí junto al mar donde Chile se termina y se despedaza en solitarios trozos de tierra y hielo. Unos minutos después, subirme a un autobús incómodo y atravesar los baldíos de un país en busca de un avión que me regrese a otro sitio, mientras tú sigues por las carreteras, por las regiones que podrán tener nombre y número pero que ambos sabemos que no son ninguna parte.


Apenas hace unas horas: dormimos entrelazados y por la mañana te despierto con mis manos que buscan rincones tibios de tu cuerpo. Jugamos otro poco, pero te sientes desgastada. Estás roja. Te acomodas de rodillas sobre la cama, el tórax erguido. Con el dedo recorro el camino entre tus pechos y tu pubis como si fuera una carretera recta y no hubiera marcha atrás.

No olvidaré este instante, te digo, registrándote: la suavidad de tu vientre, las líneas que tus pechos marcan, los vellos de tu púbis como la punta de una flecha.

Me concentro y tatúo esta última imagen tuya en mi mente.


Ya en la terminal, colocamos las mochilas sobre el suelo. Las personas se desparraman por todas partes. Estamos en la época de vacaciones, el verano en todo su esplendor. Pero eso resulta difícil de creer si miramos por la ventana: el color del cielo es una variante del cemento. Entonces descubro que me miras a los ojos. Y me doy cuenta que duele. Que tus ojos son lo único de ti que no puedo mirar.

Así que miro hacia otra parte. Entre baldosas sucias y heladas, me concentro en otra cosa que no sea la luz: en la risa de un niño que atraviesa pasillos, en los murmullos pesados de los pasajeros, en el olor de la lluvia mezclada con zapatos sucios. Allá atrás de la ventana, pienso con ojos cerrados, el mundo no ha cambiado, ni cambiará. Y aunque se supone que hay unos lagos y hay vida, deben ser grises también. Muerte.



No me amas, ¿o sí?, preguntas.

Mañana sabremos qué sentimos. Mañana sabremos qué buscamos. Mañana, cuando ambos estemos lejos el uno del otro, sabremos de qué se trató. Y sabremos qué sigue, te digo, sin responder tu pregunta.

En el fondo sé que esto es el final.



¿Qué tanto es posible ver a través de un cristal empañado? En la carretera, y por el círculo que dibujé en la ventana, por ese ojo de cristal, diviso un letrero verde junto a la carretera con un mapa dibujado: Región X, Los Lagos. ¿Eso responde a alguna interrogante? No, a ninguna.



Un último beso y unos pasos que se alejan. Me siento a llorar porque te has ido, pero seco como estoy y rodeado de chilenos provincianos que me juzgan, soy incapaz de derramar unas lágrimas: esta maldita lluvia y su ironía. Patético.



No te amo, pero eres lo más parecido al amor que tengo, respondo en mi cabeza. Lo pienso. No te lo digo. Sólo lo pienso.