Kuus, seitse, kaheksa, üheksa, kümme (Estonia del seis al diez, y la redención de Santiago de Chile)
vista satelital de Estonia
6. Kuus
Nota
Preocupaciones: el invierno es cada vez menos frío. El año pasado no se congeló el Báltico y fue imposible manejar sobre el mar de hielo para ir a Finlandia, pasatiempo altamente disfrutable para los habitantes de estas tierras. El verano aquí es artificial. Lo que define al báltico y sus naciones es el inmundo frío que congela y atormenta. No por nada son algunos de los pueblos con mayor índice de suicidio en el mundo.
7. Seitse
Noche: Me lo describen como The local shithole. El mierdero local. Estaba más lindo el lugar frente al Olde Hansa. Me hubieran visto: desplegando mis (nulas) habilidades de bailarín con las estonias. Conque te muevas, ya es más de lo que hace el hombre promedio por aquí cuando va a un antro: quedarse sentadote con una cerveza o una botella de cidra en la mano.
8. Kaheksa
cárcel política soviética
Hay pocas formas mejores de conocer una ciudad que caminando, pero las hay. En bicicleta, por ejemplo. ¿Y mejor que en bicicleta? En bicicleta, borracho. ¿Mejor que eso? Con una guía que te cae a toda madre, con la que llevas tres días manteniendo pláticas profundas, graciosas. Contando chistes, y metiéndote al mar helado (a los 59 °N, establezco una nueva marca personal y supero la del Parque Nacional Tierra del Fuego a 55°S). ¿Cómo le hizo para caerme tan bien? ¿Y para entenderme tan bien? No lo sé. ¿Será que el capitalismo global realmente cierra brechas? ¿O será simplemente nuestra humanidad compartida? La globalización es un saco lleno de mierda, de prosperidades engañosas y desconsuelos comprobados. Pero aquí en Estonia he descubierto, entre muchas cosas, que hay puntos de encuentro que no deben de ser desaprovechados. La cultura global es real. Hace cien años habría resultado mucho más difícil que un Mexicano viniera a un lejano y pequeño país, y más difícil aún hubiera sido que se hiciera amigo en tan poco tiempo de los locales. Ahora, en cambio, me resulta tan natural, pues tengo más que ver con mucha gente que he conocido en este viaje que lo que tengo que ver con mis vecinos.
The coffee shops, the drunkness, the scars, the advertisements I can't read. Where will it go when I'm sober? Where will it go when I die? El bosque, la playa: radiantes, llenos de madera, olor fresco, azules. Esa playa que estuvo durante toda la guerra fría vedada a los bañistas por razones de "seguridad nacional". Chapuzón: acercarse tímidamente al agua, sentir los primeros rasguños del frío. Me sumerjo y de un golpe a la cabeza, la ebriedad se desvanece.
Pasar una tarde de convivencia es la consigna. Pasamos antes al mercado de los rusos. Es la parte pobre, el mercado está lleno de vagabundos: viejitos cojos que avanzan lentos con sus muletas y tienen venas abultadas en la frente. Son rusos. La marginalidad escribe en cirílico, queda claro. Es un revés de las políticas soviéticas que pisoteaban a los que hablaban estonio y le entregaban en bandeja de plata los altos puestos de la burocracia nacional a los rusos. Nada es para siempre. Los estonios vuelven a ser dueños de su país, y aunque no lo admitan, las políticas tienen cierto aire de venganza. Por ejemplo, hay rusos que llevan 30 años viviendo en Estonia. Vivían en este país al momento de la caída de la URSS, o eran hijos de rusos, pero nunca aprendieron estonio pues la educación básica y el idioma oficial en el trabajo era el ruso. Hoy por hoy es casi imposible que reciban la nacionalidad estonia, pues además de jurar lealtad a la constitución de dicha nación, deben pasar un examen de lengua estonia (uno de los idiomas más difíciles de Europa). Como tampoco están registrados en Rusia, y no se permite la doble ciudadanía (por miedo a las injerencias de una eventual población mayoritaria rusa), está de más decir que un buen porcentaje de las personas en éste, el más nórdico de los países bálticos, carece de un pasaporte nacional e incluso resulta común el otorgamiento de pasaportes extranjeros para los ciudadanos que no han podido cumplir los estrictos requisitos necesarios para obtener la nacionalidad.
Los rusos son marginados, pero mantenen lazos comunitarios importantes. En ciudades como Narva (en la frontera con Rusia) alcanzan a ser el 86% de la población. El mercado de Tallin es una muestra de la comunidad rusa. Venden, además de frutas y verduras frescas, conservas típicas de otras partes de la unión soviética. Por ejemplo, la deliciosa salsa de ajo armenia conocida como adzshika (ver foto anterior), y que no le pide nada a una buena salsa mexicana.
arándanos frescos
Compramos verduras y condimentos. Luego pasamos por el supermercado por tortillas de harina, y ungüento de miel. ¿Ungüento de miel? Claro. Vamos a pasar una tarde entre amigos, cubiertos de miel, desnudos en una sauna. ¿Cómo no amar Escandinavia? No sólo eso: estaremos a 80 grados centígrados, respirando vapor caliente que nos quema los poros, los ojos, las fosas nasales, y los pulmones. Y nos estaremos golpeando los culos con ramas de un arbol. No, no es una tarde con los fetichistas locales, sino un pasatiempo nacional.
Kadi posando: ¡Vengan las flagelaciones!
¿Qué tienen que ver Santiago de Chile y Tallin, Estonia? Tienen todo que ver. Resulta que en diciembre de 2002, con 18 tiernos añitos, estaba en la ciudad de Mendoza, Argentina, pasándola a toda madre. Es decir, Jey y yo habíamos conocido a dos chicas formidables y guapísimas que nos llevaban de juerga a bares donde tocaban punk rock, que nos invitaban a comer galletas recién horneadas a sus casas y que se sabían los mejores lugares para comer vegetariano en la ciudad. Encima de todo, Argentina era un regalo para cualquiera con divisa extranjera. Por ejemplo, 5 pesos argentinos (1.6 USD) era todo lo que necesitabas paa comprarte una pizza acompañada de un litro de cerveza.
Estábamos pasándola de huevos, pero ya teníamos un boleto comprado a Santiago. ¿Qué había en Santiago? La promesa de un mañana; o sea, una decepción en potencia. Cualquier cosa. El caso es que llegamos a Santiago, y lo primero que ocurrió fue que nos estafó el taxista. Acto seguido, el hotel donde nos quedamos era el más caro en lo que iba del viaje y el más feo. Por las noches se escuchaban por la ventana los botellazos y los borrachos: era el barrio de las putas. En los pasillos del hotel caminaba un rasta con cara de lelo que daba la impresión de estar hasta la madre de mona. Mi amigo chileno --quien quedó de que iba a vernos el día en que llegáramos para ir de fiesta-- estaba más borracho que el carajo cuando le hablamos y luego se quedó dormido y ya no lo vimos. No nos alcanzaba para comer más que papas fritas: veíamos las pizzas en los aparadores y se nos hacía agua la boca, pero el bolsillo no daba. Al carajo. Pasamos cuatro días pensando nostálgicamente en Argentina y, como si fuera poco, lo último que nos ocurrió fue que cuando salimos del hotel, un panameño loco que decía que los skinheads chilenos le habían destrozado su tienda por racistas y por tanto se estaba refugiando de ellos en el hotel, mentaba madres mientras a su mujer le daba un ataque con convulsiones y toda la cosa. Nos fuimos antes de que llegara la ambulancia.
Esa tarde tomamos un autobús hacia Osorno, pero a Mendoza ya no hemos regresado.
Durante meses y años pensé que, de haber tenido otra oportunidad, me hubiera quedado en Mendoza. Si uno encuentra un lugar donde está pasándola bien, no tiene por qué dejarlo. Los tiempos de viaje no son inamovibles, sino que hay que seguir el flujo del movimiento interno y el geográfico. Si uno encuentra una vectriz donde estos factores confluyan en equilibrio, es mejor no agitarlos. Lo aprendí a las malas en Santiago, pero creo que me redimí en Estonia. Estocolmo era la promesa de una ciudad cosmopolita, de un sitio de renombre. De una gran ciudad capital, como Santiago. Tallin es una ciudad periférica, un rescoldo. En Estocolmo todo cuesta el doble que en Tallin (donde los precios se parecen al DF) y no tenía quien me diera hospedaje. Las señales eran demasiado similares. Además, aquí está mi felicidad en este momento. ¿Y mi boleto de ferry a Estocolmo? A la mierda con Estocolmo, a la mierda con las promesas: yo me quedo con el tiempo presente, me quedo con Estonia. Exhalo humo sabor manzana de la pipa. El día es gris, se avecina la noche. ¿Para qué vas a Estocolmo?, me preguntan. Quédate acá, es más divertido, me incitan. Y en efecto: sólo requiere una llamada de teléfono a la compañía de Ferry para pedir que me cancelen el boleto. Está decidido: Aquí me quedo.