martes, 14 de octubre de 2008

Varsovia express

primera impresión del centro


multifamiliares reflejando el sol de mañana


Buenas noticias: Estoy en Polonia, en Varsovia, y es una ciudad nueva.

Malas noticias: Estoy en la estación de autobuses, no sé polaco, son las 5:40 de la mañana.

No tenía pensado venir, así que no tomé las previsiones básicas. O sea que no tengo fotocopias de una guía, ni información práctica de ningún tipo sobre la ciudad. No sé decir 'hola'. No sé decir 'adiós'. No sé decir 'sí'. No sé decir 'no'. No sé decir 'gracias'. No sé decir 'Por favor'. Sé decir "puta", por supuesto. Se dice 'curva'. Me lo enseñó un niño polaco de mi escuela, se llamaba Rafau. A su papá y a él les daba mucha risa ver los letreros carreteros en Latinoamérica que decían: "Precaución: Curva peligrosa".

Buenas noticias: En Varsovia hay metro, eso recuerdo haberlo leído alguna vez.

Malas noticias: No sé si esté cerca de aquí.

Salgo a mirar: unas calles lejanas y sucias, con aspecto de suburbio tercermundista. Un sitio de mierda. En la mochila llevo todas mis cosas. Laptop, ropa, libros. Sobre todo me preocupa la compu. Quién me manda a no terminar los trabajos finales estando en México.

Buenas noticias: Está saliendo el sol.

Malas noticias: La ciudad sigue dormida.

En la estación de bus sólo hay homeless y borrachos. No es precisamente mi ambiente predilecto. No me gustaría quedarme aquí mucho tiempo más. Tengo ganas de ir al baño pero no tengo a quién dejarle encargada la mochila.

Buenas noticias: Cambié dinero polaco (zlotys) en la frontera lituana.

Malas noticias: Sólo cambié 5 euros. No alcanza para un taxi.

Miro a mi alrededor: veo dos mochileros que caminan hacia el puesto de periódicos. No es la primera vez en el viaje que pido esta clase de ayuda. En San Petersburgo, caminé junto a un hombre por 20 minutos sin cruzar una sola palabra, cada quien con su maleta. Lo intercepté a la salida de la estación de autobuses y le pregunté "Gdié Metro?". Me indicó que lo siguiera. Cruzamos un barrio malo, había pintas nazis en las paredes, el camino no era recto. Si me hubiera aventurado a buscar el metro solo, es posible que las cosas no hubieran terminado bien. Al llegar al metro me despedí de él a lo lejos. Lo más seguro es que jamás lo vuelva a ver.
El caso es que me acerco a los mochileros. Un chico y una chica, de unos 22 años. La mujer sabe inglés. Me explican que hay que comprar el boleto de transporte público con el periodiquero. Eso hago. Luego los sigo. Cruzamos unos pasillos subterráneos de la época comunista. Están llenos de suciedad y vómito, y de más miserables. Hay también algunas máquinas tragamonedas, y otras para apostar. Vaya casino de mierda. No sé a qué clase de desesperado se le ocurra que la buena suerte lo espera en un lugar así. No inspira nada de confianza. Otra obra comunista convertida en estercolero del capitalismo.
10 minutos después llegamos al tranvía. Resulta que ella se llama Natalia y él Victor. Llegaron hoy después de pasar un tiempo en los cárpatos ucranianos, donde fueron de práctica antropológica para ver a un grupo autóctono del que yo jamás había escuchado.

Buenas noticias: Después de veinte minutos y un trasbordo al metro, estoy en el centro.

Malas noticias: Son las 6:20. Nada está abierto.

Me siento en la estación de trenes. La taquilla está abierta. Prometí a Marlene que hoy por la noche estaría en Berlin, así que nada más tengo un día en Varsovia. Pregunto antes por unos lockers. Junto a las plataformas de los trenes, me indican. Bajo, coloco mis cosas en uno, entro a un local de los pasillos interiores en el que veo unas computadores con internet. Ocho horas de diferencia, mis contactos mexicanos del MSN están conectados. El teclado es un desmadre. Ą, Ę, Ś, Ź, Ż, Ń, Ł.
A pesar de que hace más de un mes que no entro al messenger, sólo me habla una persona. Nadie me ha escrito un correo. A las 7 a.m. me levanto a buscar otra cosa.

Buenas noticias: En la estación de tren hay un quiosco de información turística.

Malas noticias: Abren a las 9.

Me acerco a la taquilla con mi pase. Si pago un suplemento para el tramo de Polonia es posible que el boleto a Berlin no le tenga que pagar, pues tengo un pase de tren válido en Alemania. Do you speak Enlgish?, pregunto en la taquilla. Ella asienta. Le muestro el pase. Ella revisa. Me dice que no. Le pido una razón. No me la da.

Buenas noticias: Tengo una tarjeta de débito en la que aún restan 60 euros. Es lo doble de lo que cuesta el boleto.

Malas noticias: No sirve su pinche terminal para tarjetas. Puta madre.

Avanzan los minutos sin que tenga algo resuelto. Pienso un poco en Gombrowicz. Es el único literato polaco al que he leído. Me asomo a la calle. No veo nada que tenga cara de filifor, pero sí varios cuculitos.

Buenas noticias: Hay un cajero automático

Malas noticias: No sirve.

Todo esto comienza más y más a parecer una conspiración ojete. Los mendigos empiezan a dejar la estación de trenes, y llegan viajeros. Un grupo de tipos con bicicletas, por ejemplo.

Buenas noticias: Al quinto intento, la máquina por fin me suelta el equivalente a 50 euros en moneda polaca.

Malas noticias: Me cobrarán una comisión manchada, lo sé.

Ya con el boleto de tren en la mano, todo mejora. O al menos me siento más tranquilo. Decido salir a ver el centro. Lo primero que veo es un enorme edificio de corte estalinista. Lo segundo que veo es un letrero del Hard Rock Café. Camino un poco hasta que encuentro un supermercado en el que me compro un yogurt Activia (las mismas marcas, pero de sabores que del otro lado del mundo no se encuentran; por ejemplo, sabor cassis o fresa salvaje. Ahí se acaba la originalidad del capitalismo.) y una barrita de cereal. Dos policías no dejan de seguirme de una forma muy evidente. Uno se detiene junto a mí en los refrigeradores. Escondió su gafete y finge ser un cliente. Si supiera un poco de polaco le mentaba la madre.
Me siento nuevamente en un país discriminador y racista. Recordemos que Polonia tiene tropas en Irak, que el gobierno anterior trató de convertir la homosexualidad en crimen y quitar Ferdydurke de las lecturas obligatorias y suplantarla por las obras completas del Papa Karol.


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Un enorme rascacielos de vidrio compite con los fragmentos comunistas. Lucha de escuelas. Todo destruyen en Varsovia. Lo que no destruyeron las bombas, se encargarán de destruirlo los arquitectos. Las avenidas son amplias y están vacías. Es temprano y siento calor. Camino sin un mapa. Camino sin rumbo. No encuentro el casco histórico, no encuentro nada. Sólo calles con nombres nuevos (estoy seguro que ésa avenida frente a mí no lleva toda la historia llamándose "Solidaridad", ni ésta otra "Jawna Pavla II"). Varsovia, ventarrones. Varsovia: hace más calor del que he sentido en todo el viaje. Varsovia, los fragmentos...

Me quedo un rato leyendo en el jardín Saski, el jardín aristócrata más viejo de la ciudad. Las estatuas son lindas, pero no es nada del otro mundo. Pasa un tipo en una bicicleta. Cómo me gustaría tener una bicicleta. En lugar de eso, tomo el metro un par de estaciones. Desciendo y camino entre los edificios. Encuentro monumentos, placas. Varsovia está llena de recordatorios. Que si aquí cayó una bomba, que si aquí cayó otra. Que si la invasión, los mártires, la sangre, los defensores, y los muertos.
Otra ciudad/herida más. En el Museo histórico de Varsovia, adyacente a la plaza principal, llego a tiempo para la presentación de una película. Es sobre la guerra. Pasan la película todos los días justo al mediodía, dura media hora. A pesar del sepia, el mensaje es claro: la destrucción durante la guerra fue total. Desde el río Vístula, las cámaras muestran una toma de una ciudad reducida a brasas. Los datos son alarmantes: casi 12% de la ciudad fue aniquilada. 600 mil personas murieron. Sobre todo en el centro, en la parte amurallada. Así que todo esto que está a mi alrededor, pienso, no es más que reconstrucciones, ruinas habitadas.


Plaza central
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En un plaza encuentro vendedores de cerveza. Compro un vaso. El sabor es extremo....dulce, fuerte, negro. Tiene 10% de alcohol. Dos vasos después, camino borrachito por la calle. Me queda un poco de cerveza en el vaso. Me recomendaron visitar la calle principal, pero cuando llego es una calle con sucursales de Zara y mierda por el estilo. Me voy por otra. De pronto, un niño se echa a correr y no se fija dónde va. Como estoy borracho no respondo a tiempo, el niño se me estrella y me tira la poca cerveza que me quedaba. Me vale madres, ya estaba caliente. Unos pasos más adelante, veo una paloma salir volando de una tienda. En el metro también había palomas: parecían estar esperando el tren. Un poco más adelante, veo un escarabajo pintado como taxi mexicano, y una palmera de plástico en el centro de una avenida, réplica de la de Río Rhín y Reforma, en el DF.
Varsovia.




¿Taxi? No.


Palmera plástica.

sábado, 11 de octubre de 2008

Expreso a Varsovia



No tenía pensado venir a Polonia. O sea, cuando salí de México, lo que menos tenía pensado era que un mes y tres días después estaría parado en la central de autobuses de Varsovia. Mi pase de tren lo indicaba claramente: Portugal-Spain-France-Germany-Sweden. Pero ya ven: A veces las cosas no salen a lo planeado. Afortunadamente, creo.
Así que son las 6 am. Llevo todo el día y toda la noche viajando. Salí de Tallin en un autobús a las once de la mañana, cruzamos la carretera que bordea el brillante y hermoso báltico, atravesando bosques de robles. Riga, tres de la tarde: En la estación de buses espero el nuevo autobús que habrá de llevarme al sur. Viene con más de una hora de retraso, ya son las seis. Un mendigo ruso me habla. Ia ni panimaiu, respondo cortante, ya un poco molesto por el retraso del bus. El autobús es de la línea Ecolines, y viajará de Riga hasta Sofia. Mi asiento es junto a una ventana del segundo piso. No tengo ganas de hablar con nadie, y me absorbo en una lectura (Life and times of Michael K., JM Coetzee) hasta que me canso. Por la ventana han ido desapareciendo los bosques. Lituania: la campiña de flores amarillas, los puntos anónimos del mapa. La verdad es que algunos tienen nombre, pero los desconozco.
Ni siquiera nos detenemos en Vilnius. Pasamos los puentes y rascacielos con prisa. Da apenas tiempo de distinguir rascacielos, puentes, una torre de TV, Minstrar y Lyde por la A-4. En la terminal de autobuses, una explanada de pavimento en lo alto de una loma, el autobús se detiene un momento para que los ansiosos fumen un cigarrillo. El cielo es el cielo más negro que he visto en las últimas cuatro semanas. Es decir, cumple con los requisitos de un cielo nocturno en cualquier otra parte del mundo que no sea el norte de Rusia en verano. Regreso al autobús e intento divisar algo entre la noche: un bosque lejano, pasto amarillento. El movimiento del autobús termina por arrullarme y me quedo dormido.

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Un ligero golpe en la pierna interrumpe el sueño tan difícilmente logrado. Se trata de un policía gordo y rubio que me pide el pasaporte. Le hago entrega del documento mexicano y, como siempre, no saben exactamente qué hacer con él. Son las 2:33 a.m. Unos momentos después, me devuelven el documento. Por la ventana veo las siluetas de unos puestos fronterizos abandonados. Un par de minutos después, suben otros inspectores. Oficialmente esto es territorio Shengen, así que no hay sellos. Pero de todas maneras hay inspección, no vaya ser que algún bielorruso o ucraniano se esté colando a la UE.
No distingo el idioma, pero supongo que hablan ya polaco. Estonio, letón, lituano, polaco. Ahí van tres familias lingüísticas. ¿Cuánto tiempo de mi vida tendría que estudiarlos para hablarlos con decoro? Y ni se diga el ruso: los anuncios de la dependienta del autobús los han venido pronunciando en dicha lengua, a pesar de que el autobús ni ha tocado la federación rusa. Me es más fácil guiarme por las placas de los autos: Est, Lat, Lit, Pl, acompañado de estrellitas. Sólo así sé dónde estoy y a dónde voy.

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Despierto. La campiña polaca: trigales áureos, como incendios. Una casa entre kilómetros de pastos. Un cielo morado como si se estuviera rompiendo en pedazos. No sé si lo estoy soñando o lo estoy viviendo.


Frontera (abolida) entre Estonia y Letonia.


Torre de TV de Riga, vista desde el autobús